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“Todo lo que hago es por mis hijos”: el papá detrás de las mermeladas más creativas de Andacollo
Víctor Sasso es padre de tres hijos y un emprendedor apasionado por la cocina. Su motor es su hijo menor, Luis Eduardo, su “pimpollo” y crítico de sabores. Con él ha descubierto que el amor también se cocina. Su emprendimiento, el cual lleva el nombre de su retoño, mezcla cariño, esfuerzo y creatividad en cada frasco.
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Víctor Sasso es padre de tres hijos y un emprendedor apasionado por la cocina. Su motor es su hijo menor, Luis Eduardo, su “pimpollo” y crítico de sabores. Con él ha descubierto que el amor también se cocina. Su emprendimiento, el cual lleva el nombre de su retoño, mezcla cariño, esfuerzo y creatividad en cada frasco.
A Víctor Arturo Sasso siempre le gustó la cocina. Aprendió a los 13 años viendo a su familia preparar platos tradicionales. Pero nunca imaginó que su amor por las ollas, los sabores exóticos y las mezclas inesperadas lo llevarían a convertirse en uno de los emprendedores más creativos de Andacollo. Ni mucho menos, que sería su hijo de 12 años, Luis Eduardo, quien se transformaría en su mayor inspiración.
“Si a él no le gusta, lo dice no más. No tiene filtro”, cuenta entre risas. Su hijo, diagnosticado con autismo, es su “control de calidad” más riguroso. Si una mermelada no pasa su prueba, no sale al mercado. Y es que Luis Eduardo no sólo prueba: huele, observa y hasta se levanta de la cama atraído por el aroma de las nuevas recetas de su papá.
Así nació “Las delicias de Pimpollo”, el emprendimiento que lleva el apodo con el que Víctor bautizó a su hijo cuando lo tomó en brazos por primera vez. “Eres mi pimpollo”, le dijo. Desde entonces, la vida de este padre ha sido una constante mezcla de amor, esfuerzo y creatividad.
Su historia emprendedora comenzó por azar: mientras trabajaba como recolector de basura, una vecina le regaló una caja llena de nísperos. Decidió hacer mermelada.
Salió a la calle a venderla, sin miedo ni vergüenza, y en dos días lo había vendido todo. “Jamás he tenido vergüenza de salir a la calle a vender mis productos”, afirma con orgullo.
Desde ese momento no paró. Inventó sabores como zapallo italiano con nueces y jengibre, ron con frutos rojos, borgoña, e incluso melón con vino —el “Melvin”, como lo bautizó— que vendió en frascos a vecinos y feriantes. La cocina se transformó en una forma de vida, un refugio tras haber enfrentado una fuerte depresión y una separación. “Para mí, ser papá es lo máximo. Estoy siempre conectado con mis hijos, y con Luis Eduardo tengo una conexión única”.
Además de preparar mermeladas, Víctor hace queques, dulces y dobladitas que vende en su CFT, donde estudia Técnico en Administración de Empresas, tras haber terminado su enseñanza media el año pasado. “Lo más difícil de emprender ha sido el orden. Saber cuánto ganas, cuánto gastas, pero en las capacitaciones uno va aprendiendo”.
Gracias a su madre —una emprendedora de 70 años que hace pan amasado— llegó a Fundación Banigualdad (www.banigualdad.cl ). Lleva dos ciclos con su grupo y reconoce que ha sido un espacio de aprendizaje y apoyo fundamental. “Me han enseñado mucho, incluso mis compañeros. El grupo es bueno, cooperador y todos compartimos”.
Su sueño es formalizar su negocio y obtener la resolución sanitaria para vender con mayor tranquilidad. También, juntar el dinero para un carro nuevo que no se desarme en el camino a la feria. Porque, como dice él, todo lo que hace es por amor. Amor a la cocina, a su historia y, sobre todo, a sus hijos.
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